1/20/2018

Tratando de recuperar el habito

Tenia mucho tiempo, mas de 8 meses para ser exacto, sin pasarme por aquí. 
Tenia la espinita clavada en el cerebelo que me recordaba que tenia un blog ansioso, espero, de recibir mis letras.
Y mírame, te estoy hablando como si realmente me pudieras escuchar.
Estoy en tu cabeza. Aquí me quedare. Esta haciendo frió, piensa en algo caliente querido lector. Piensa en un cometa.


El Cometa (Parte I)


 Solo fue un pensamiento. La alarma sonó para, casual y lastimeramente decirnos que la segunda estrella ya estaba apareciendo. Era hora de llevar a los niños a su instrucción diaria. Si no fuera por eso quizá ni se hubiera levantado ese día. Era un día sin marido.
Aunque el segundo sol avisaba que tal vez le quedaban tres días para volver a verlo ella ya se había vuelto inmune a su ausencia. Extrañarlo o no, esa era la tercera pregunta al levantarse. Obviamente después de la segunda y la primera.
Ya había pasado un tiempo desde que se preguntaba las mismas cosas una y otra vez. Al levantarse y al dormir, las preguntas eran casi las mismas. Las repetía una y otra vez, en un orden determinado más por la ilusión que el azar. Sabía que se decía a sí misma que todo era un juego al azar pero la inevitable verdad se mantenía pegada a su cuello durante el tiempo en que estaba sola. Y ahora no había podido contestar la primera.
Quizá mañana.
Quizá.
Y su rutina seguía. Vacía caminando por las calles de la ciudad. Pasos que la llevaban a ningún lugar. La mañana seguía su camino pero ella no seguía ni el suyo.
Sin enfermedades desde hacía mucho su pequeño hogar estelar no había cambiado para nada en los últimos 79 eones. Sin haber salido jamás de la galaxia ni de su grupo de estrellas, la civilización había ahogado cualquier forma de infelicidad que pudiera atormentar los sueños de los hombres. Hambre que solo era recordaba como un mito, una leyenda que rondaba los viejos caminos de ciudades aún más viejas que recorrían el ahora conocido como subsuelo. Los niños creían que jamás pasarían hambre. Y así fue.
Energía popular gratuita que alumbraba cada rincón posible con tal de mantener a los monstruos siempre ocultos. El sueño se había vuelto más un ritual que una manera de descansar. Costumbre innecesaria pero inevitable. Un vestigio de nuestro pasado, un recuerdo de jamás ir mas allá de nuestras capacidades. El apéndice de la vida diaria. El límite de lo posible y lo imposible. Podías vivir para siempre pero debías dormir una vez al día al menos.
Sin misterios en lo profundo y sin racismo alguno. El planeta, después de encontrar la eternidad, se había vuelto uno y nada más uno. Una nación. Un planeta. Habían evolucionado tanto que no ocupaban naves espaciales. Su hogar era uno. Viajando entre las estrellas hasta encontrar la adecuada. O las adecuadas.
Vacía. Así se sentía. No había forma de explicarlo pero no había más. La paz era estable, su vida era estable. Todo era estable. Excepto ella. La semilla de la revolución que jamás germino. Un día por la mañana decidió que todo estaba bien cuando todo estaba mal. Lo sabía en su ser y no lo podía negar. Pero era demasiado tarde. El mundo estaba bien y ella no. No. No.
Preguntarse si los llevaba a su clase era algo cruel pero innecesario. Lo haría de todos modos. Era inútil pero lo hacía para recordarse a sí misma que la primera pregunta no era tan real. Tan peligrosa. Eran sus niños. 14 y 8 ciclos. No faltaba poco para que alguno de los dos la abandonara. Pero era inevitable. Si no lo aceptaba pronto el despido la mataría un poco más. No era verdad pero su narcisismo la hacía pensar de esa manera para creerse una mejor persona. Quizá lo fue una vez pero ya no. Ya no.
A veces la tercera y segunda pregunta era lo mismo. Envuelto en palabras diferentes.
Su hogar era perfecto. Cuando se fue, cuando llego y cuando se tuvo que ir de nuevo jamás le paso por la cabeza que algo de su casa estuviera donde no debería de estar. Ni cuando casi la atropellan una señora y su adolescente escandalosa. No eran nativos pero no importaba. El tono de su hogar era de un blanco perla y un rosa melón. Lo mejor de la temporada había dicho alguna vez un anuncio en la televisión.
Los niños llegaron. Aprendieron algo. Eso cree.
Eso les festeja y por eso les sonríe. Ello la motiva.
Termina la mañana sin poder saber que dirá la noche pero sabiendo que a las mismas jornadas estelares tendría que hacer lo mismo que había hecho el día anterior. Nada cambiaba. Era perfecto.
Lo odiaba.
Aquella era una zona sin luna. Durante los próximos meses no tendría luna que la persiguiera a través de la noche para contarle una historia. Estaba harta de las historias. Estaba harta de su casa, harta de su planeta, harta de su nación, harta de las estrellas, harta de los planetas, harta de la energía perpetua.
Estaba harta de estar harta.
No sabía cuánto faltaba para que el cielo de su casa que imitaba la noche acabara su programación. Sabía que eso no importaba. Se dormiría cuando se dormiría.
Si es que lo hacía.
Y al mismo tiempo se tendría que levantar para seguir adelante. Responder que si a la tercera pregunta implicaba mucho esfuerzo a veces, imaginárselo cerca estando tan lejos. Podía hacerlo pero era agotador. Pensar en él. Todo el día. No sabía si lo volvería a ver y la duda la carcomía cuando respondía que si. No lo pasaba a menudo pero lo hacía.
Víctima más de su manía de hacerse la víctima. No estaba segura si debía seguir vivía. No saber también era una respuesta. Después de todo un día se había contestado.
El cielo se mostró de nuevo.
Dos estrellas ahora en el firmamento. Una mostrando una gran estela que recorría todo lo que alcanzaba a ver.
Dos estrellas en el cielo no se habían aparecido en 37 siglos.
La sonrisa volvió a ella mientras encontraba su respuesta.