[Inserte texto relacionado al relato]
Costumbres
Soy una persona de costumbres.
Todos los días, con frió o calor, me levanto a las
7:30 de la mañana y te doy un beso en tu mejilla, aunque este fría. A veces ya salió
el sol, otras no. Pero siempre a las 7:30. Trabaje, descanse, sea el día de mi
despido o mi renuncia. Siempre a las 7.30.
Luego desayuno. Me tarde mucho en el baño, o no,
sirva el calentador, o no, siempre a las 8:13 estoy en la cocina. Un tazón de
cereal para ti y otro para mí, siempre. Se acaba para las 8:24. Un último beso
antes de irme.
“Buenos días”. Digo a Rosa de la recepción. A veces
me contesta y otras no.
La silla rotatoria de mi cubículo me espera para
las 8 horas de trabajo casi continuo.
A las 2 de la tarde en punto, salgo a comer. 156
pasos exactos de las puertas del edificio de oficinas a la fondita de Doña
Mary.
$67.50 es el costo diario de la promoción.
156 pasos de regreso.
5 pisos a las máquinas expendedoras del comedor y
44 escalones para volver al trabajo.
6:03 de la tarde es la hora de salir. Podría
adelantar pendientes pero nunca lo hago.
13 minutos de tráfico por la avenida Revolución.
12 por el Bulevar Carranza. Izquierda. Derecha. Semáforo en rojo. Derecha.
Vuelta en “U”. Y para las 6:33 he llegado a casa.
Enciendo el televisor, cuyo pago tengo que hacer
el 14 de cada mes, solo para que se escuche algo en la casa. La única diferencia
entre el tiempo antes de las 8:31 a.m. y después de las 6:33 p.m. son los ruidos vacíos
de la televisión.
Dan las 7 con 15 y te saludo a tú regreso con un
beso en tu fría mejilla. Siempre a las 7 con 15. Te pregunto cómo te fue hoy y
si el imbécil de Dany sigue dándote problemas. “No te preocupes por Dany”
Siempre contestas.
Tú no sabes de horas ni minutos. Algunas veces
hablas sin parar por media hora y otras solo 5 minutos son suficientes para
resumirme tu día. Tu voz inunda el departamento. Se siente como esos
comerciales baratos de limpiador de pisos con aroma. Das vida a un lugar
muerto. Hablas y hablas y me fascina tu voz. Podría escucharte hablar todo el día.
Siempre estoy al pendiente de lo que dices para hacer un comentario apropiado. Quizá
un chiste y tu risa me entorpece tanto que se me cae algún ingrediente de la cena
que empecé a preparar a las 8 y cuarto.
A las 8:45 hay dos platos servidos en la mesa.
Entre el sube y baja de los cubiertos tu voz llega
a mis oídos solo para recordarme lo increíble que es tu existencia y que estés
en mi vida.
Para las 9:30 de la noche, estamos en la habitación.
Procedo a pasar mi brazo debajo de tu almohada para ver juntos algún programa
barato en la televisora local. Siempre te dan risa lo ridículos que se ven.
Para las 11:30 p.m. no se escucha ni tu voz ni tu risa.
Pienso que te has quedado dormida de nuevo.
Volteo para verte dormir antes de hacer lo mismo
pero no estas. En el buró solo está tu retrato.
Lo olvide otra vez.
Me levanto a toda prisa para comprobar que no
estas.
En la mesa están tus platos con la comida fría y
el cereal de la mañana intacto en el desayunador. La casa entera parece un
altar mientras recorro sus caminos para encontrar fotografías tuyas en cada
pared. Eso explica lo frió de tus mejillas.
Recojo los vestigios del patético caminar entre
recuerdos muertos que me hacen sentir vivo. Limpio la suciedad que se ha
formado por tu recuerdo.
Estoy de nuevo en la habitación justo cuando llega
la media noche.
Me acuesto para sumirme en tu ausencia. Las horas
pasan y en algún momento entre suspiros, llantos y el amanecer, me quedo
dormido.
Es el único momento del día en el que el reloj no
es la métrica de mis días. No se que horas son y eso es raro ya que soy una
persona de costumbres.